Este relato no se refiere a Nueva York, apodada “la ciudad que no
duerme”, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
En la ciudad de WARNING, una ciudad en la que todos los habitantes estaban completamente felices con lo que tenían. Hablaremos en concreto una familia formada por Walter de 47 años, su esposa Mia de unos 42; y sus hijos, Sara la niña de 15 años y Ben él bebe que contaba con tan solo 15 días.
WALTER trabajaba en una oficina de una importante multinacional con
sede en el mismo Warning, su ciudad. Era el típico hombre con trabajo,
familia, casa y coche. Su trabajo consistía en ayudar a su jefe con las
tareas diarias que le encomendara en cada momento, no le pagaban mucho
al pobre hombre, pero él estaba encantado porque apreciaba mucho a su
jefe y el jefe también a él y se llevaban muy bien. Incluso algunos
días, después de la jornada laboral y acabados los trámites que tenían
que realizar, se iban a un bar cercano para tomarse algo, no es que
fueran amigos pero, se llevaban muy bien.
MÍA era una buena madre y buena mujer. Durante el día acompañaba a
Sara al colegio en el que estudiaba, cuando volvía a su hogar se ponía
hacer las cosas de casa, cuidar del bebé que acababa de tener la
familia, iba a un súper que le pillaba a dos manzanas de su casa porque
era el más barato de la ciudad, ya que con lo que ganaba Walter no se
podían permitir comprar en otro sitio, pero siempre comían muy variado
porque era muy buena cocinera y, tanto Walter como Sara se lo agradecían
mucho, ya que con pocas cosas guisaba unos platos riquísimos.
SARA iba un instituto que estaba a unos 20 minutos andando,
acompañada por su madre, en el que cursaba algo parecido a lo que se
llama la Eso, en clase era una niña muy aplicada en los estudios, muy
amiga de todos sus compañeros, la querían porque era una chica muy buena
y a casi todos caía bien, menos a otra chica de la clase que se llamaba
Kiara, y que tenía mucha envida a Sara porque era muy popular en clase.
Sara era una chica mona y algunos chicos siempre la decían cosas
bonitas, con lo que ella se ponía colorada.
De BEN poco se puede decir ya que acababa de nacer, la familia estaba
encantada con él y todos le querían mucho, hasta Sara, sus padres
pensaron que tendría celos del bebe, pero fue completamente al
contrario, incluso alguna vez antes de ella irse a la cama le leía algún
cuento que tenía en su estantería.
El caso es que, un día llegó una gran rebelión y apareció un gran
tirano que por la noche tapaba el cielo con una especie de paraguas
metálico para que la ciudad siguiese funcionando, y los trabajadores
siguieran trabajando, subió la jornada de 8 a 12 horas diarias, para que
los padres trabajadores pudieran ver menos a sus familias. Esto provocó
que Walter, muy amante de su familia, empezara a perder un poco la
cabeza, porque cuando llegaba a casa estaba muy estresado y no quería
hablar con nadie. No contento con ello, el tirano impuso que todos los
trabajadores trabajaran hasta los 75 años para poder cobrar la pensión
completa por jubilación, y como Walter no ganaba mucho necesitaba llegar
a esa edad.
Pasado el tiempo, Walter optó por estar alejado un tiempo de su casa y
decidió irse a vivir con su madre que vivía a 30 minutos de distancia ,
hasta que la cosa mejorara un poco, pero en vez de mejorar, cada día
que pasaba iba peor. El pobre Walter extrañaba mucho a su familia y
sobre todo a su pequeño Ben, que por cierto tenía un gran perecido con
él. También extrañaba las trastadas de la pequeña Sara, que aunque le
sacaba de quicio algunas veces por las travesuras, la quería muchísimo y
siempre que podía le ayudaba con los deberes. Pero a la que más
extrañaba era a su mujer, porque la conocía desde que eran prácticamente
niños, cuando llegaron a la adolescencia empezaron a salir y pasado el
tiempo se casaron por todo lo alto, boda pagada por el padre de Mia, que
era un gran empresario de la ciudad y se pudo permitir pagar el
casamiento de su única hija. El padre de ella también quería mucho a
Walter porque, tanto a ella como a sus nietos los trataba con cariño y
nunca tuvieron un roce entre ellos pero, en esta ocasión estaba
disgustado ante la situación de Walter con la familia, y en cierto modo
entendía su opción de volver a casa de su madre.
AL CABO DE 5 AÑOS…
Las cosas estaban realmente mal, tanto en la ciudad como en la vida
familiar de Walter, que aunque no vivía con su familia, por los
problemas que tenía, de vez en cuando los veía en un parque que estaba a
medio camino de la casa de su suegra y la casa que tenía con Mia.
Quedaban los 4, Ben ya tenía 5 años y ya iba la guardería, ya podían
hablar perfectamente y según pasaba el tiempo cada vez se le parecía
más. Sara ya estaba en la universidad estudiando la carrera de
Veterinaria porque siempre le gustaron mucho los animales y aunque,
tanto su madre como su padre, le dijeron que valorara otras opciones,
ella en el futuro quería tener su propia clínica y poder ayudar a todos
los animales que estuvieran mal, tanto abandonados como los que le
trajeran sus clientes. Mia estaba a la vez feliz y triste, feliz porque
sabía que su marido poco a poco estaba mejorado y triste porque solo se
veían los fines de semana; en esas ocasiones daba dinero a los niños
para que se fueran a un puesto de nubes de algodón con el fin de que
estuvieran entretenidos un rato y tener un momento de intimidad, pues
como no vivían juntos no podían tenerlo todos los días y aprovechaban
para ello esos fines de semana.
2 AÑOS MAS TARDE…
Un grupo de personas intento montar una Resistencia frente a este
tirano que les oprimía y no les dejaba hacer nada, se hicieron llamar
“los disidentes”, es decir que estaban contra el poder que les
“gobernaba” y querían derrocarlo aunque murieran en el intento y así
tener una ciudad libre, unida y feliz como era antes de que llegara el
tirano. Este grupo al principio lo formaban pocas personas, pero según
iba pasando el tiempo cada vez eran más los que unían, Walter decidió
ingresar en esa Resistencia para tener a su familia en la casa que tanto
sudor, tanto a él como a Mia les había costado tener en su posesión a
pesar de la larga hipoteca que el banco les había concedido.
Walter quería mucho a su familia y por eso ingresó, pero sabía que
estar en contra del “gobierno” suponía estar dispuesto a que en
cualquier momento le podían meter en la cárcel y torturarle hasta que se
desdijera de lo que pensaba y quería hacer, pero Walter no era esa
clase de personas, sabía perfectamente por lo que luchaba y cuáles eran
los ideales de los disidentes que conllevaban una gran responsabilidad.
Al principio esa pequeña Resistencia estaba en la clandestinidad y
por lo tanto, solo se podía hablar de ello en un bar, aquel al que iba
Walter con su jefe después de la larga jornada y cuyo dueño también
pertenecía a la Resistencia. Como es lógico, el día de la reunión
semanal, el bar estaba cerrado para que nadie supiera de las reuniones y
no llegaran a oídos del tirano. El bar tenía un gran almacén detrás en
el que cabían unas 100 personas, que de momento eran justo esas.
PASARON LOS AÑOS…
En la Resistencia ya eran más de 5.000 (en la ciudad vivían unas
36.000 personas), ese gran grupo de personas que al principio eran solo
100, estaba dirigido por un gran dirigente que era el que daba las bases
para que se pudiera llevar a cabo el objetivo de esa resistencia, se
llamaba Arnold.
La familia de Walter sabía que él estaba en la Resistencia, pero lo
mantenían en secreto por las posibles represalias que pudieran tener.
En una de las muchas refriegas entre los disidentes y la policía del tirano, Walter tuvo la mala suerte de que una bala le dio directamente en el corazón y rápidamente le llevaron al hospital de la ciudad; un camarada de la resistencia llamó a Mia para darle la trágica noticia y decirle que estaba en el hospital y que fuera rápidamente con los niños. Cuando se lo dijeron se quedó helada y tardo un rato en reaccionar y poder decírselo a los niños de una forma que no sufrieran mucho.
Cuando llegaron al hospital subieron a la habitación y vieron que no
tenía muy buena pinta, pero Walter les dijo unas palabras, que tanto a
Sara como a Ben se les quedarían para toda la vida grabadas en la
memoria, esas palabras fueron: “Hijos, no sé cuánto voy a durar en el
hospital, y saber que antes o después voy a morir, tomar esta insignia
(la de la resistencia que tenía su número) y guardarla muy bien, así
cuando seáis padres podréis enseñársela a vuestros hijos y decirles que
su abuelo fue un gran héroe que luchó por tener una ciudad, que no
estuviera gobernada por el tirano y que, gracias a él y los de la
Resistencia se consiguió”. Los hijos hicieron caso de las palabras que
les dijo su padre, Mia se puso triste al escucharle, pero a Mia le dio
algo todavía más importante que esa medalla, le dio la camisa que tenía
bordado su apodo (para que la policía del tirano no supieran quienes
eran realmente) era su camisa de la Resistencia y le pidió que la
guardara.
Cuando al fin el tirano fue derrocado, la ciudad fue la que era antes
de todo esto, se hizo una plaza y se puso una placa con el nombre de
todos los caídos en las tremendas refriegas sucedidas durante todos esos
años, y anualmente se hacía un homenaje, en el que por supuesto Mia,
Sara y Ben acudían cada año para recordar que su padre era un héroe y
del que no se sentían avergonzados.
Pasados muchos años tanto Ben como Sara tuvieron hijos y en una de
las primeras reuniones que tuvieron las dos familias, les contaron la
historia de su abuelo a sus hijos que se sintieron orgullosos, a pesar
de lo que algunos en esa época dijeran sobre los de la Resistencia
tachándolos de muy malos y diciendo que derrocaron al “salvador” de la
ciudad, y sintieron un gran orgullo interior, por quién fue su abuelo y
lo que hizo.
FIN.
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