domingo, 11 de octubre de 2015

ÉRASE UNA VEZ…



Este relato no se refiere a Nueva York, apodada “la ciudad que no duerme”, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

En la ciudad de WARNING, una ciudad en la que todos los habitantes estaban completamente felices con lo que tenían. Hablaremos en concreto una familia formada por Walter de 47 años, su esposa Mia de unos 42; y sus hijos, Sara la niña de 15 años y Ben él bebe que contaba con tan solo 15 días.

WALTER trabajaba en una oficina de una importante multinacional con sede en el mismo Warning, su ciudad. Era el típico hombre con trabajo, familia, casa y coche. Su trabajo consistía en ayudar a su jefe con las tareas diarias que le encomendara en cada momento, no le pagaban mucho al pobre hombre, pero él estaba encantado porque apreciaba mucho a su jefe y el jefe también a él y se llevaban muy bien. Incluso algunos días, después de la jornada laboral y acabados los trámites que tenían que realizar, se iban a un bar cercano para tomarse algo, no es que fueran amigos pero, se llevaban muy bien.

MÍA era una buena madre y buena mujer. Durante el día acompañaba a Sara al colegio en el que estudiaba, cuando volvía a su hogar se ponía hacer las cosas de casa, cuidar del bebé que acababa de tener la familia, iba a un súper que le pillaba a dos manzanas de su casa porque era el más barato de la ciudad, ya que con lo que ganaba Walter no se podían permitir comprar en otro sitio, pero siempre comían muy variado porque era muy buena cocinera y, tanto Walter como Sara se lo agradecían mucho, ya que con pocas cosas guisaba unos platos riquísimos.

SARA iba un instituto que estaba a unos 20 minutos andando, acompañada por su madre, en el que cursaba algo parecido a lo que se llama la Eso, en clase era una niña muy aplicada en los estudios, muy amiga de todos sus compañeros, la querían porque era una chica muy buena y a casi todos caía bien, menos a otra chica de la clase que se llamaba Kiara, y que tenía mucha envida a Sara porque era muy popular en clase. Sara era una chica mona y algunos chicos siempre la decían cosas bonitas, con lo que ella se ponía colorada.

De BEN poco se puede decir ya que acababa de nacer, la familia estaba encantada con él y todos le querían mucho, hasta Sara, sus padres pensaron que tendría celos del bebe, pero fue completamente al contrario, incluso alguna vez antes de ella irse a la cama le leía algún cuento que tenía en su estantería.

El caso es que, un día llegó una gran rebelión y apareció un gran tirano que por la noche tapaba el cielo con una especie de paraguas metálico para que la ciudad siguiese funcionando, y los trabajadores siguieran trabajando, subió la jornada de 8 a 12 horas diarias, para que los padres trabajadores pudieran ver menos a sus familias. Esto provocó que Walter, muy amante de su familia, empezara a perder un poco la cabeza, porque cuando llegaba a casa estaba muy estresado y no quería hablar con nadie. No contento con ello, el tirano impuso que todos los trabajadores trabajaran hasta los 75 años para poder cobrar la pensión completa por jubilación, y como Walter no ganaba mucho necesitaba llegar a esa edad.

Pasado el tiempo, Walter optó por estar alejado un tiempo de su casa y decidió irse a vivir con su madre que vivía a 30 minutos de distancia , hasta que la cosa mejorara un poco, pero en vez de mejorar, cada día que pasaba iba peor. El pobre Walter extrañaba mucho a su familia y sobre todo a su pequeño Ben, que por cierto tenía un gran perecido con él. También extrañaba las trastadas de la pequeña Sara, que aunque le sacaba de quicio algunas veces por las travesuras, la quería muchísimo y siempre que podía le ayudaba con los deberes. Pero a la que más extrañaba era a su mujer, porque la conocía desde que eran prácticamente niños, cuando llegaron a la adolescencia empezaron a salir y pasado el tiempo se casaron por todo lo alto, boda pagada por el padre de Mia, que era un gran empresario de la ciudad y se pudo permitir pagar el casamiento de su única hija. El padre de ella también quería mucho a Walter porque, tanto a ella como a sus nietos los trataba con cariño y nunca tuvieron un roce entre ellos pero, en esta ocasión estaba disgustado ante la situación de Walter con la familia, y en cierto modo entendía su opción de volver a casa de su madre.

AL CABO DE 5 AÑOS…

Las cosas estaban realmente mal, tanto en la ciudad como en la vida familiar de Walter, que aunque no vivía con su familia, por los problemas que tenía, de vez en cuando los veía en un parque que estaba a medio camino de la casa de su suegra y la casa que tenía con Mia. Quedaban los 4, Ben ya tenía 5 años y ya iba la guardería, ya podían hablar perfectamente y según pasaba el tiempo cada vez se le parecía más. Sara ya estaba en la universidad estudiando la carrera de Veterinaria porque siempre le gustaron mucho los animales y aunque, tanto su madre como su padre, le dijeron que valorara otras opciones, ella en el futuro quería tener su propia clínica y poder ayudar a todos los animales que estuvieran mal, tanto abandonados como los que le trajeran sus clientes. Mia estaba a la vez feliz y triste, feliz porque sabía que su marido poco a poco estaba mejorado y triste porque solo se veían los fines de semana; en esas ocasiones daba dinero a los niños para que se fueran a un puesto de nubes de algodón con el fin de que estuvieran entretenidos un rato y tener un momento de intimidad, pues como no vivían juntos no podían tenerlo todos los días y aprovechaban para ello esos fines de semana.

2 AÑOS MAS TARDE…

Un grupo de personas intento montar una Resistencia frente a este tirano que les oprimía y no les dejaba hacer nada, se hicieron llamar “los disidentes”, es decir que estaban contra el poder que les “gobernaba” y querían derrocarlo aunque murieran en el intento y así tener una ciudad libre, unida y feliz como era antes de que llegara el tirano. Este grupo al principio lo formaban pocas personas, pero según iba pasando el tiempo cada vez eran más los que unían, Walter decidió ingresar en esa Resistencia para tener a su familia en la casa que tanto sudor, tanto a él como a Mia les había costado tener en su posesión a pesar de la larga hipoteca que el banco les había concedido.

Walter quería mucho a su familia y por eso ingresó, pero sabía que estar en contra del “gobierno” suponía estar dispuesto a que en cualquier momento le podían meter en la cárcel y torturarle hasta que se desdijera de lo que pensaba y quería hacer, pero Walter no era esa clase de personas, sabía perfectamente por lo que luchaba y cuáles eran los ideales de los disidentes que conllevaban una gran responsabilidad.

Al principio esa pequeña Resistencia estaba en la clandestinidad y por lo tanto, solo se podía hablar de ello en un bar, aquel al que iba Walter con su jefe después de la larga jornada y cuyo dueño también pertenecía a la Resistencia. Como es lógico, el día de la reunión semanal, el bar estaba cerrado para que nadie supiera de las reuniones y no llegaran a oídos del tirano. El bar tenía un gran almacén detrás en el que cabían unas 100 personas, que de momento eran justo esas.

PASARON LOS AÑOS…

En la Resistencia ya eran más de 5.000 (en la ciudad vivían unas 36.000 personas), ese gran grupo de personas que al principio eran solo 100, estaba dirigido por un gran dirigente que era el que daba las bases para que se pudiera llevar a cabo el objetivo de esa resistencia, se llamaba Arnold.

La familia de Walter sabía que él estaba en la Resistencia, pero lo mantenían en secreto por las posibles represalias que pudieran tener.

En una de las muchas refriegas entre los disidentes y la policía del tirano, Walter tuvo la mala suerte de que una bala le dio directamente en el corazón y rápidamente le llevaron al hospital de la ciudad; un camarada de la resistencia llamó a Mia para darle la trágica noticia y decirle que estaba en el hospital y que fuera rápidamente con los niños. Cuando se lo dijeron se quedó helada y tardo un rato en reaccionar y poder decírselo a los niños de una forma que no sufrieran mucho.

Cuando llegaron al hospital subieron a la habitación y vieron que no tenía muy buena pinta, pero Walter les dijo unas palabras, que tanto a Sara como a Ben se les quedarían para toda la vida grabadas en la memoria, esas palabras fueron: “Hijos, no sé cuánto voy a durar en el hospital, y saber que antes o después voy a morir, tomar esta insignia (la de la resistencia que tenía su número) y guardarla muy bien, así cuando seáis padres podréis enseñársela a vuestros hijos y decirles que su abuelo fue un gran héroe que luchó por tener una ciudad, que no estuviera gobernada por el tirano y que, gracias a él y los de la Resistencia se consiguió”. Los hijos hicieron caso de las palabras que les dijo su padre, Mia se puso triste al escucharle, pero a Mia le dio algo todavía más importante que esa medalla, le dio la camisa que tenía bordado su apodo (para que la policía del tirano no supieran quienes eran realmente) era su camisa de la Resistencia y le pidió que la guardara.

Cuando al fin el tirano fue derrocado, la ciudad fue la que era antes de todo esto, se hizo una plaza y se puso una placa con el nombre de todos los caídos en las tremendas refriegas sucedidas durante todos esos años, y anualmente se hacía un homenaje, en el que por supuesto Mia, Sara y Ben acudían cada año para recordar que su padre era un héroe y del que no se sentían avergonzados.

Pasados muchos años tanto Ben como Sara tuvieron hijos y en una de las primeras reuniones que tuvieron las dos familias, les contaron la historia de su abuelo a sus hijos que se sintieron orgullosos, a pesar de lo que algunos en esa época dijeran sobre los de la Resistencia tachándolos de muy malos y diciendo que derrocaron al “salvador” de la ciudad, y sintieron un gran orgullo interior, por quién fue su abuelo y lo que hizo.

FIN.

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