La disciplina se quebrantó gravemente en los
primeros meses de 1945. Restos de los ejércitos 2º y 3º aún retrocedían
confusamente en la zona de Prusia Oriental. Las SS intervinieron con implacable
fanatismo y colgaban a los desertores. En Koenigsberg y en Danzig muchos
soldados acabaron sus días pendiendo de andamios o postes de alumbrado, con
letreros que decían: "Cuelgo aquí porque abandoné mi unidad".
"Yo soy un desertor". "Fui cobarde en el combate".
El 24 de abril (1945) terminó la penúltima
gran batalla del frente germano-soviético. Remanentes de 50 divisiones
alemanas, con efectivos correspondientes a 31 (470,000 hombres) lucharon de
espaldas al mar durante 101 días contra 60 divisiones soviéticas, diez de las
cuales eran blindadas. Tan sólo en la zona de Koenigsberg perecieron, 42,000
soldados. Para entonces los soviéticos tenían una superioridad de 11 a 1 en
infantería y de 20 a 1 en artillería.
Casi seis años después de iniciada la
contienda, los ejércitos de las potencias occidentales y el ejército
bolchevique convergieron en el corazón de Alemania. Los soviéticos franquearon
su cortina de hierro e hicieron su aparición en la Europa Central. Quienes los
contemplaban por primera vez quedaron sorprendidos al ver cuán alto porcentaje
de masas desorganizadas, primitivas y sanguinarias, constituían las últimas
reservas de los 30 millones de hombres movilizados por el bolchevismo
en cuatro años de lucha. El general Frantiseck Moravek, jefe de Inteligencia de
Checoslovaquia, refirió que las divisiones soviéticas aparecieron en Praga, en
Budapest y en Belgrado arrastrando primitivos convoyes de abastecimientos y
artillería. Y es que cantidades fantásticas del equipo ruso y de las armas
enviadas por Roosevelt y Churchill habían sido ya consumidas en las enormes
batallas del frente oriental. "En los años de 1941 y 1942 y al comienzo de
1943—dice el general Moravek— el ejército rojo se pudo sobreponer a varias
crisis que bien pudieron haber sido fatales; y en cada ocasión logró escapar de
una derrota total por un margen milimétrico".
El teniente D. J. Goodspeed
escribió en "La Guerra en el Frente Oriental" (Canadian Army Journal)
que "en 1945 los jefes de la Unión Soviética estaban alarmándose por la
situación de los recursos humanos." No hubo jefe de las potencias
occidentales en 1914- 1918 que soñara en incurrir en bajas comparables a
aquellas sufridas por el Soviet en 1941-1945".
Las bajas totales,
incluyendo muertos, heridos y prisioneros, sobrepasaban ya la cifra de 18
millones de hombres, y esto explica por qué Stalin le dijo a Roosevelt y a
Churchill (conferencia de Teherán, noviembre 30 de 1943) que el ejército rojo
se hallaba atenido al éxito de la invasión angloamericana en Francia y que
estaba ya fatigado a causa de la guerra".
Y mientras los soviéticos
irrumpían por él; oriente y, el sur de Alemania, por el occidente avanzaban el
primer ejército canadiense, el 2º británico, cinco ejércitos norteamericanos y
un ejército francés. Un total de 90 divisiones occidentales, incluso 15
blindadas. "A pesar de que dos tercios del ejército alemán estaban
comprometidos en la lucha del frente ruso —admite el general norteamericano
Marshall—.nuestro país tuvo que emplear todos sus hombres idóneos a fin de
hacer la parte que le tocaba... A pesar de nuestra aplastante superioridad
aérea y la concentración de fuego, ésta ha sido la más costosa de todas las
guerras en las que se ha visto envuelta nuestra nación.
La victoria en Europa,
solamente, nos costó 722,627 bajas, inclusive 160,045 muertos". Por su
parte, el ejército alemán había padecido más de seis millones de bajas.
Consumido —no precisamente derrotado— iba a desaparecer en la tumba de la
historia llevándose la hazaña de ser un ejército invicto. Ningún otro de sus
numerosos oponentes lo había vencido por sí solo. Para aniquilarlo por
consunción fue necesaria la abrumadora amalgama de heterogéneos ejércitos
movilizados de todos los confines del mundo por el Poder Judío Internacional.
El ejército alemán fue el
fulgor centelleante de un pueblo que reclamaba su derecho a la existencia y a
la libertad. Eso le dio fuerzas para su incesante bregar de seis años en los
cuales fue consumiéndose en las frías tierras de Noruega y en los candentes
desiertos de África; en los bosques de Francia y en las estepas rusas.
Ningún ejercitó en
particular, ni igual ni superior en número, intentó por sí solo enfrentarse al
ejército alemán. Ni el ejército rojo, por cuyas divisiones más de veinte
millones de hombres se volcaron durante cuatro años de combate, pudo sostenerse
y triunfar por sí mismo. Pese a sus vastos territorios, a sus enormes recursos
materiales y a sus imponentes reservas humanas de innegable dureza, el ejército
rojo se vio forzado a morder su orgullo y a implorar cada día mayor ayuda del
resto del mundo.
Si se admite que entre los vencedores hubo
rasgos heroicos —y naturalmente que los hubo—, y si se admite que el esfuerzo
del ejército rojo —apoyado por su superioridad numérica y por la ayuda moral y
material de todo el mundo— es un hecho relevante en la historia de las armas,
entonces también debe admitirse qué el sacrificio del ejército alemán alcanzó
las más altas cumbres del esfuerzo humano.
Extracto del libro derrota
mundial páginas 486 a 488
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